Primero entender que el arte es una filosofía de vida, para después convertirlo en una carrera profesional viable
El arte, pese a lo que la gran mayoría de la sociedad cree, no es solamente el producto concluso de una investigación, experimentación y producción creativa, manual y procedimental; a eso se le denomina artesanía. El auténtico arte es, y ha sido siempre, una filosofía de vida que se fundamenta en pilares como: la manera de observar sin prejuicios, entender lo diferente pero igual, y desenvolverse con estos conocimientos y experiencias en el contexto que nos ha tocado vivir a cada uno de nosotros.
Lo manifestamos como una forma de expresión artística, efímera o permanente, intrínsecamente ligada a nuestros sentimientos, actitudes y aptitudes, individuales y/o colectivas. Surge de la pasión, la creatividad, la identidad personal y/o social, nuestras vivencias e innumerables cuestiones individualizadas o dispuestas en conjunto.
Pero en el contexto actual, donde la cultura popular y contemporánea están siendo fagocitadas por la cara más amable de la economía de mercado, el marketing, se pretende considerar como arte lo que en realidad es artesanía o mera decoración. Esto se potencia hasta convertirlo en una industria más, con fines rentables y supeditados a propósitos de imagen difusamente vinculados a lo humano, justificando que es para satisfacer la demanda de los consumidores, cuando en realidad evidencia que el propósito es satisfacer la demanda del propio sistema productivista. Sabemos que hay más obras artísticas que coleccionistas que puedan adquirirlas, lo que produce que se aliene a los artistas. En el mercado del arte, la calidad es inversamente proporcional a la cantidad, al contrario de lo que sucede con la artesanía o con el diseño. De hecho, en el arte, cuanta más obra producida, menos oportunidades de ser artista y más de ser artesano. Se está creando una industria con exigencias, retos y nuevas, pero no siempre buenas, oportunidades, y tenemos que saber aprovechar cuáles son.
Considero que en nuestros días, hablar de la profesionalización del arte no debe ser una opción, sino un deber con la sociedad y, sobre todo, con uno mismo. Con el objetivo de desarrollar el juicio crítico para discernir entre lo que es el arte y su filosofía vital, de lo que es el mercado y sus sofismos.
Para que un artista, crítico, comisario o gestor cultural tenga la oportunidad real de vivir de su actividad profesional y obra, debe, sobre todo, saber defenderse estableciendo límites frente a las presiones del mercado y, por consiguiente, frente a la precariedad a la que nos vemos sometidos constantemente los creadores artísticos en España. Uno de los propósitos permanentes debe ser cultivar la pedagogía y la asertividad al compartir con la sociedad lo que realmente es el arte, con la finalidad de crear un legado que permita depurar el sistema, en lugar de estar en una constante lucha por mantenernos y defendernos de él. Otro problema que perpetúa esta circunstancia es que existen intereses particulares, económicos y/o de poder, que mantienen y promueven esta idea de lo que no es el arte ni el artista, corrompiendo así la verdad y su autenticidad.
El objetivo es construir una carrera artística sólida, manteniendo la integridad y la honestidad que uno adquiere y comparte a través de su obra, respetando sus valores y rehusando ser alienado por la satisfactoria corrupción pandémica del sistema. Para ello, es imprescindible contar con un conocimiento muy específico, pero simultáneamente global, afilado para saber cómo utilizarlo; con una visión estratégica, pero humanista, empleando herramientas de gestión actualizadas y adaptadas a nuestra actividad concreta.
En este artículo comparto mi punto de vista sobre por qué y cómo todavía transito, porque no olvidemos que esto es una permanente carrera de fondo y una filosofía vital, ese camino, de forma satisfactoria para mí, dentro de mis posibilidades.
El arte: entre la pasión y el negocio
Durante décadas ha persistido el mito del artista bohemio: una persona que, aunque en la realidad trabajaba jornadas extenuantes autoimpuestas y también exprimía el disfrute, solo o compartido, cada vez que había oportunidad, se permitía dejarse llevar por alguna de sus apetencias. Para el sistema, eso era la indisciplina por antonomasia, además de que no seguía los dictámenes de la academia o del salón, alejado del mercado del arte, centrado solo en vivir y ser feliz dentro de sus limitadas y precarias posibilidades. Un soñador utópico que reflejaba su realidad o buscaba una perspectiva mejor. Pero ese modelo, desgraciadamente, ya no funciona en un mundo donde los agentes del arte no podemos escapar del mercado global, donde se mueven cifras obscenas y donde se nos exige una presencia digital que muchas veces se antepone a una buena charla de sobremesa con amigos y desconocidos.
Lo que nunca se ha querido entender, por ignorancia o incomprensión, es que el arte, como filosofía vital, es un fin en sí mismo. El arte no tiene un principio o un final: el arte es principio y fin. No necesita tener otro propósito más allá de sí mismo. Es decir, no sirve para conseguir otra cosa (como dinero, fama o utilidad), sino que tiene valor simplemente por lo que existe por encima, debajo y dentro de todas las cosas y de todos nosotros.
El arte como bien superior, aunque pueda parecer increíble, es una elección vital para algunas personas. Hay quienes deciden dedicar su vida al arte simplemente porque lo sienten como una necesidad interna. Estas personas pueden pasar hambre o vivir en la pobreza material, pero se sienten profundamente satisfechas. En su aparente escasez encuentran una riqueza interior que el sistema no puede comprender, ofrecer ni otorgar.
El verdadero artista no necesita del sistema para encontrar sentido a su vida. De hecho, su creación suele surgir al margen de él, como un acto libre, puro y esencial. Sin embargo, el sistema, con sus pseudo-lógicas de consumo, utilidad y beneficio, intenta aprovecharse del auténtico arte y de quienes lo crean, sin entender que el arte no puede ser reducido a mercancía ni instrumentalizado sin traicionar directamente su esencia.
Porque el arte es un bien superior. No está supeditado a la lógica de lo útil ni de lo rentable, aunque se intente. Tiene un valor en sí mismo, independiente de cualquier función externa. Frente a un mundo saturado de ruido, prisa y superficialidad, el arte ofrece profundidad, belleza y conexión con lo auténtico. Por eso, todo lo que se aleja de esa dimensión estética y vital resulta, en comparación, impuro, degradado o banal.
El arte se degrada vendiendo la idea de que se democratiza a través de la adquisición “asequible” de un objeto material. Lo más fascinante es que la gente no sabe que el arte verdaderamente no pertenece a nadie y, al mismo tiempo, pertenece a todos. Cada persona lo experimenta de forma única. No hay verdades absolutas sobre qué es o qué debe ser, y esa pluralidad lo convierte en un espacio de libertad radical. Se puede criticar, reinterpretar, amar u odiar, pero nunca se puede establecer un consenso para fijar un significado. Y eso lo hace indomable, incluso en nuestros días.
En un mundo donde casi todo puede ser fagocitado y corrompido por el sistema, el arte, cuando es auténtico, sigue siendo un territorio de resistencia y pureza.
Hoy en día necesitamos redes internacionales, conocimientos legales y económicos para poder defendernos de esta implacable vorágine. Debemos ser más listos, inteligentes y audaces que antes. Abrazar la realidad, luchar para mejorarla sin llegar a ahogarnos en ella.
Según el informe anual de Art Basel y UBS, el mercado del arte global alcanzó los 65 mil millones de dólares en 2023. El sistema sigue pretendiendo valorar las creaciones artísticas contemporáneas en términos económicos, porque el impacto económico se puede contabilizar; el impacto emocional o social, no. Y, sin embargo, ese es el verdadero motivo por el que se hace arte, si es que debe tener alguno.
En España, el crecimiento del mercado ha sido notable: existen más ferias, mayores ventas online y un ligero aumento, en todos los niveles, de la presencia de nuestro panorama artístico a nivel internacional. Esto demuestra que hay espacio para los considerados artistas, pero solo si están preparados para moverse dentro del sistema del mercado del arte.
Problemas de un mercado no profesionalizado
La mayoría de los auténticos artistas emergentes en España no cuenta con una formación específica en gestión artística; por esto, y por nuestra precariedad económica, proliferan en redes sociales asesores artísticos de dudosa procedencia y sin impacto real. Nos hablan de marca personal, redes sociales o marketing, pero no de fiscalidad, propiedad intelectual, contratos, producción, ni del funcionamiento real de galerías y ferias, ni del complejo cosmos artístico contemporáneo nacional e internacional.
Muchos de estos “asesores” ni son auténticos profesionales del arte ni lo entienden realmente. Yo, destinando cada momento de mi joven curiosidad a investigarlo, todavía estoy en proceso de comprenderlo.
El resultado: ostracismo, precariedad, dependencia de terceros, falta de visibilidad, ausencia de planificación de carrera y, en algunos casos, pérdida de la pasión y muerte de la filosofía artística vital. Esta carencia no afecta solo a los creadores; también impacta a galeristas, gestores, comisarios, críticos y coleccionistas, que necesitan interactuar con profesionales formados, honestos e íntegros. No con quienes aparentan serlo vanagloriándose en redes sociales. Buscan conocer artistas interesantes, pero, sobre todo, personas reales, auténticas y divergentes.
Además, la escasa comprensión y el bajo reconocimiento del arte contemporáneo en España, unido a la falta de pedagogía y la habitual exclusión intelectual elitista, agrava permanentemente nuestra situación. Lo primero es asumir que estamos lidiando con una precariedad estructural urgente.
La profesionalización como herramienta para la solución
Profesionalizar el arte significa dotarse de herramientas que canalicen el talento hacia una carrera: saber cómo funciona el mercado, cómo negociar, cómo presentar un proyecto artístico o cómo generar oportunidades de colaboración. Significa entender que el arte también es una empresa, remontándonos a su significado más esencial: una actividad que requiere propósito, estrategia y compromiso.
Aquí entra en juego la formación en gestión artística: másteres especializados, cursos, conferencias, residencias, verdaderos encuentros profesionales y, sobre todo, diálogo constante con nuestros iguales. Escuchar con atención qué están haciendo nuestros pares y qué dificultades enfrentan nos permite entender mejor nuestro contexto.
Tendencias y modas como el arte digital, el/la pseudoartista influencer, el NFT o la simple presencia aparente en ferias exigen que el auténtico artista de hoy también sea un estratega, un comunicador y un agente pedagógico y asertivo.
¿Quién debe liderar el futuro del arte?
Gran parte del mercado del arte se sustenta en la actividad del artista-artesano y en los escasos artistas auténticos que logran alcanzar el primer nivel por méritos propios. Estos siguen siendo el pasado, presente y futuro del sistema.
El artista como empresario autónomo ya no puede ser solo creativo: debe estar preparado, conectado y con visión a largo plazo.
Ese perfil híbrido que une sensibilidad artística y filosofía vital con competencias profesionales es, a mi juicio, el que debe liderar el futuro.
En este sentido, la formación artística juega un papel esencial. Los docentes del máster “El artista como empresario y los distintos negocios del arte“, impartido por PONS Escuela de Negocios junto a la Universidad Complutense de Madrid, ofrecen una formación óptima, planteada con cariño y esmero por sus creadoras, para quienes desean transformar su pasión en una carrera real.
Con un enfoque actualizado, basado en clases magistrales impartidas por agentes activos de primer nivel del arte contemporáneo español, este máster me ha permitido adquirir y potenciar herramientas fundamentales para comprender y desenvolverme adecuadamente en el ecosistema artístico español, e incluso en parte del internacional.
Infórmate, fórmate, progresa. El talento necesita disciplina y juicio crítico para convertirse en salud mental y económica.
Conclusión
El arte es una filosofía de vida, pero para poder sostenerla necesita curiosidad, pasión y profesionalización. Necesita estrategia, formación y visión. La profesionalización del arte es el camino para que más auténticos artistas puedan vivir de su obra sin renunciar a su integridad como personas y trabajadores.
Elígete. Elige formarte. Elige intentar ser feliz. Pero, sobre todo, elige por ti mismo y no permitas que los demás decidan tu camino. Pide ayuda si la necesitas para alcanzar tus objetivos. Porque el arte también se aprende a gestionar en colectivo, y es extremadamente difícil hacerlo solo bajo las constantes e innumerables presiones sociales a las que se nos pretende someter.
Sinceramente, creo que nuestro talento merece las herramientas adecuadas. Tenemos una enorme calidad artística en este país, pero necesitamos aprender a gestionarla con inteligencia desde el arte, no desde otras disciplinas. Nos merecemos más y mejor. Y la sociedad también se merece un arte más honesto, profundo y transformador, creado por artistas que formen parte activa y crítica de ella.
Autor: Iñaki Van den Brule Roldán
Co-autora: Marta Arespacochaga López